lunes, 4 de abril de 2016

Y tú ¿Por qué te quieres suicidar?

Es lo que siento que le falta preguntarme a la gente cada vez que digo a lo que me dedico. Percibo esa mirada condescendiente como la que se le da a un cachorrito de perro con tres patas: "pobrecito, no da para más, pero es taaan moono". Y las redes sociales no ayudan en nada. Cualquier ajeno a  mi profesión, podría ver el muro de Facebook de cualquiera de mis compañeros y pensaría "mira qué bien se lo pasa el jodido. Y yo aquí, pringando como un desgraciado en este trabajo/vida/planeta/universo de mierda".

Despertamos admiración, repulsa y envidia a partes iguales y además, nos esforzamos por mostrar lo jodidamente maravillosa que es nuestra vida y lo felices que somos. Se nos ha considerado bohemios, libres, rojos, putas, maricones, vagos...

Lo primero si, pero vagos... Ni vagos ni felices.

No, nuestra vida no es fácil. Ni bonita. Una vez hace quince años decidí poner rumbo a mi pasión. Y me despedí de todo lo demás, familia, amigos, vida... Mi vida se centró en esto y no encontré libertad, ni bohemia, ni alegría... Trabajo, mierda, estrés, mierda de comida, más trabajo... Y esa mirada condescendiente.

Cada vez que escucho que alguien califica mi profesión como de "vagos" siento unas ganas terribles de asesinar  (pero no lo hago porque eso está maaaal). Recuerdo acostarme, después de un día de rodaje a las cuatro de la mañana, tras haber repasado guión con mis compañeros para el día siguiente y poner el despertador para una hora más tarde, ya que tenía que estar a las seis de la mañana en set. Recuerdo estar en la silla de maquillaje y venir el director y decirle a la maquilladora "no, no, te has pasado. Le has puesto demasiadas ojeras" a lo que ella respondió "no, aun no he empezado a maquillarle." Y no es una queja, fue mi elección. Debemos tener alguna parafilia extraña con esto del sufrir y pasarlo mal. Porque, créeme, se pasa mal. No tenemos un horario fijo, no tenemos un salario estable, no nos llega el trabajo a casa y definitivamente NO somos ricos ni nos dan subvenciones. E incluso, cuando conseguimos que nos paguen, pagamos nuestros impuestos.

Tenemos que salir a buscar el trabajo, ser visibles, estar en forma, ser guapos, ser altos, delgados, rubios, con pinta de hipster porque es lo que se lleva, un lumbersexual, o gordita, o calvo o con melena, cachas, no tan cachas, atlético, no tan flaco, más alto, voz más grave, rubia, morena, pelirroja... Movernos, reciclarnos, no envejecer y ser más viejos... Estar dispuestos a salir de tu zona de confort, de tu ciudad o de tu país e ir donde esté el trabajo. Nuestra profesión no es conciliadora con la familia. ES UNA MIERDA...

Pero es la mierda que yo elegí. Me puse al borde de la pasarela, cogí carrerilla y salté. Y todavía caigo. Pero ya no pienso en la hostia que me daré contra el suelo. Ahora disfruto de la caída y el paisaje. Cada vez que me llamas vago (y mato por remolonear en la cama), te pido que reflexiones y pienses si una persona que no puede quedarse en una silla, mirando una pantalla o apretando tornillos, o en un despacho o una consulta. Que tiene que salir cada mañana pensando cómo tiene que reinvertarse para tener más trabajo. Que la mayor parte de las veces tiene que pelear porque le paguen. Que muchas veces tiene que irse de su casa a otra ciudad, a otro país o a otro continente ¿Es realmente un vago? Puede que no lo entiendas, también puede que yo piense que tu, sentado en una silla de siete a tres, con tu hipoteca y tu nómina a fin de mes, que te da incluso para algún caprichito, tengas una vida cojonuda. Con horarios y nóminas y saber de cuanto tiempo libre dispones. Puede que en algún momento envidie tu vida, no lo niego. Y puede que muchas veces llore, patalee y decida tirar la toalla pero: no puedes abandonar la caída a mitad de recorrido porque cuando saltas ya no hay vuelta atrás.

Pero de nuevo siento el aire en la cara y soy consciente de que sigo cayendo. Y abro los brazos y estabilizo mi cuerpo. Consigo ese efecto de parecer que estoy volando. Pero sigo cayendo y aun no veo el suelo. Y cuando lo vea acercarse a una velocidad igual a la velocidad inicial más  nueve coma ocho metros por segundo multiplicados por tiempo, ya pensaré en la hostia que me voy a dar. Que será épica.

O puede, que gracias a mi inteligencia, mi trabajo, mi tesón y mi buen hacer; resulta que no soy tan gilipollas como crees y me puse un paracaídas. Y llegado el punto lo abra. Y aterrice. Respire, recoja la tela y mirando hacia la invisible cima, vuelva a subir. Si, para saltar otra vez.

O puede que el paracaídas no se abra y la hostia sea monumental.

Y si no se abre, pondré mis brazos a lo largo del cuerpo y estiraré mis piernas e intentaré coger la mayor velocidad posible. Entraré en barrena con la cabeza por delante y me estamparé contra el suelo. Rodaré ciento cincuenta metros y acabaré como un higo, con la ropa hecha jirones. Me levantaré, miraré a mi alrededor y preguntaré ¿Lo habéis visto? ¡Esta si que ha sido una buena entrada!¿Lo habeis grabado?

Y probablemente, aun con las heridas sangrando, volveré a subir esa puta montaña para saltar de nuevo.




No hay comentarios: