viernes, 12 de junio de 2009

El tiempo pone a cada uno en su lugar.

Me gustaría creerlo, aunque dudo que sea una sana actitud sentarse a mirar como caen tus enemigos. Otra cosa es la actitud borreguil a la que nos han acostumbrado, aquello de poner la otra mejilla. No adiestraron como autenticos borregos en aquello del respeto al prójimo y hoy, cualquier mindundi que no levanta medio metro del suelo, es capaz de doblegarnos. Agachar la cabeza, esa es la seña identificativa de mi generación. Creíamos que estaban formando líderes del futuro, dirigentes del mañana y lo único que somos es un rebaño de mano de obra adiestrado para responder serviles a los dictados de un jefe. Estamos rodeados, arriba, están aquellos hippies desmelenados que cambiaron sus greñas por trajes y guardaron sus principios en una cajon junto a la shisha (pipa de agua); por debajo, y empujando con fuerza una manada de niñatos entre los que se destacan sólo dos grupos: los matones y los pringados.

-Hey, que yo no soy un matón - me dice uno de ellos.

-Claro pringado - respondo.

Y los peores, esos que de verdad son el enemigo en la sombra: mis coetaneos. Esos que tienen mi mismo nivel cultural, tenemos los mismos estudios (aun creíamos que una licenciatura servía para algo). Esos que se hace llamar amigos o colegas... esos, los peores.

Hartito me hallo de tener que sortear puñaladas que surgen de entre las cortinas de los "polonios de pacotilla" (véase Hamlet) y soportar estoicamente patadas en el "Ding-a-ling" (escúchese a Chuck Berry) y tener que esbozar un sonrisa y dar la mano derecha mientras con la izquierda me sostengo una bolsa de hielo para refrescar mi dolorida entrepierna. Hemos llegado hasta esa línea roja y de tí depende: la cruzas o sigues aguantando cariñosos puntapiés en el libro de familia. Yo ya la he cruzado y uno se siente estupendamente. Y no pienses en el qué dirán, te recuerdo que los hijos de puta son los que triunfan, pero ojo, hijo de puta si, pero con principios. Hay que ser un poco inteligentes, como dijo Sun Tzu en El Arte de la Guerra:

Someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia